En la clase de hoy se han tratado dos temas. Uno Brasil como país emergente, expuesto por mi grupo y al que le dedicaré una entrada posterior tratando de resumir nuestro trabajo, y el otro Cataluña y su proceso de independencia.
En esta entrada me centraré en el tema catalán llevando a cabo una reflexión de lo tratado en clase. No trataré de resumir el trabajo de mis compañeros, como si puedo hacer con otras exposiciones, sino que daré mi opinión a cerca del tema.
Es evidente que Cataluña está viviendo un momento histórico, seguramente sin precedentes desde el final del franquismo y de la transición democrática. Se podrían hacer numerosas reflexiones, sin embargo me centraré en dos: ¿tiene derecho Cataluña a independizarse? y ¿qué sería de Cataluña fuera de la U.E.? A continuación trataré de responder a ambas preguntas.
Lo contemple o no la Constitución Española y otras "cartas magnas" de nuestro entorno, el derecho a la autodeterminación de los pueblos, sin excluir una posible separación, debería ser un derecho universalmente reconocido. Que no se permita ese derecho, o incluso se haga referencia a las fuerzas armadas para impedirlo, como reza el artículo 8 de la constitución española no es, precisamente, una gran muestra de democracia. Una carta magna que aparece como un muro infranqueable cuando se plantea cualquier reforma progresista, pero que se modifica en apenas unas semanas para atender los requerimientos de la Unión Europea, como ocurrió en 2011 con el artículo 135, para garantizar, supuestamente, la estabilidad presupuestaria. Las encuestas lo dicen claramente, más del 70 % de la población catalana apoya la celebración de una consulta democrática e incluso un estado propio (Baviera o California también son estados…), sin que ello signifique necesariamente dar su apoyo a la independencia.
No hay duda alguna de que detrás de estos claros posicionamientos hay presiones por parte del gobierno de Rajoy que, evidentemente, va a utilizar toda la maquinaria del estado para poner frenos a la posibilidad de que los catalanes puedan decidir sobre su futuro. Pero el posicionamiento de la comisión no se basa solamente en esas presiones.
La gran burguesía internacional, el capitalismo mundial, no está por la creación de nuevas soberanías que puedan suponer un obstáculo a su enorme poder y poner nerviosos a los mercados, o sea, a la estabilidad que tanto interesa a sus beneficios. En cierta forma, la demanda de soberanía por parte de Catalunya, nada a contracorriente dentro de la dirección que impone el capitalismo en su fase actual de desarrollo, ya que el proceso que éste impulsa es hacia la desaparición de la más mínima expresión de cualquier tipo de soberanía y no hacia la creación de nuevas.
La existencia de naciones sin estado dentro de la Europa actual es el producto de una tarea capitalista no resuelta a su debido momento. Es un problema que creó el capitalismo durante la época de sus revoluciones burguesas. Lo creó para facilitar precisamente esas revoluciones, pero en los sitios donde no se llegaron a completar, quedó esa tarea sin resolver (como en el estado español). Ya es tarde para que el capitalismo pueda dar solución a esa anomalía histórica y a día de hoy sólo es posible resolverla mediante la vía revolucionaria.
La clase trabajadora es la única que actualmente puede poner solución a esa anomalía histórica y solamente lo puede hacer como parte de un proceso revolucionario que rompa con los límites del capitalismo. Cualquier lucha para conseguir una verdadera autodeterminación tiene que enfrentarse necesariamente al liderazgo capitalista del actual proceso y al capitalismo en su conjunto, luchando por una alternativa de democracia.
Un hecho sorprendente es que los países de la Unión Europea (UE) y los Estados Unidos (EE.UU), no hayan concedido prácticamente nunca la independencia a ninguno de sus pueblos, o incluso han librado largas y cruentas guerras de secesión como la que enfrentó a unionistas y confederales norteamericanos entre 1861-1865, y sí hayan dado un apoyo incondicional desde 1991 a la independencia de una veintena de nuevos estados de la antigua Unión Soviética, de Yugoslavia y de Checoslovaquia. Sin embargo, una cosa es debilitar o destruir el antiguo bloque del Este y otra bien distinta reconocer los mismos derechos a Puerto Rico, Irlanda del Norte, Flandes, Córcega, Euskadi, Cataluña.
La independencia de Cataluña, en comparación con los diez o doce países más pequeños de la Unión Europea, puede ser plenamente viable a nivel económico y político. Ahora bien, pensar que un estado independiente es la solución a todos los males del país, y que Cataluña puede disfrutar de una soberanía plena en el marco de una UE dirigida por Alemania y bajo los principios del Tratado de Maastrich es, como mínimo, poco realista. Ni siquiera la lengua tiene el futuro garantizado en un estado propio, como podemos comprobar con el gaélico, noventa años después de la independencia de Irlanda respecto al Reino Unido.
La internacionalización de la economía es un hecho. Y Cataluña depende, en su vida económica, de Europa. El 81,4% de las exportaciones catalanas se dirigen a Europa y el 70% de las importaciones proceden de Europa. En 2012 la inversión extranjera en Cataluña provenía en un 84% de los 27 países de la UE. Y las inversiones directas originadas en Cataluña al extranjero se dirigían en un 72% al área de la UE.
Cataluña y España son, a principios del siglo XXI, más homogéneas en su base económica, en su población. Ambas son cada vez más dependientes del mercado europeo. Algo que probablemente, aunque la UE desaparezca en su forma actual, no variará. La historia económica de los últimos 50 años disminuye las diferencias nacionales entre ambas, no las aumenta.
Alemania marca la política: salvarse a costa del vecino. Exportar más que otras naciones/regiones. Aumentar tu mercado, a costa del vecino. No es pues de extrañar, que los salarios bajen a ritmo acelerado en Cataluña y en España. Que el gasto social baje en los dos sitios. Que todas las burguesías hagan recaer la crisis sobre los empleados.
El derecho a la autodeterminación debe poder ser decidido por los catalanes. Y resuelto mediante el sufragio universal. Pero una Cataluña independiente sólo lo sería formalmente. Económicamente seguiría siendo dependiente de la UE. Y debería seguir aplicando sus políticas: con una deuda pública equivalente al 26% de su PIB, la austeridad seguirá siendo la marca de la casa por mucho tiempo, independiente o no.
El referéndum es dirigido por la élite económica catalana y no tiene como objetivo resolver un problema democrático, que por otra parte niega en la cuestión social, pretende fortalecer su cuota de mercado en la UE, desgravar a las grandes fortunas más que sus vecinos para favorecer la implantación de empresas en su territorio. Supone acelerar el fin de la caja de la seguridad social, en la que aquellos que más tienen contribuyen más.
Por lo tanto, Catalunya debe ser independiente, no solamente del estado español, sino también del capitalismo. Son los partidos y los movimientos sociales los que tienen que jugar un rol importantísimo en ese proceso y arrebatarles el protagonismo a la burguesía catalana. Tanto la CUP como EUiA deberían tener esto en cuenta y aprovechar todas las ocasiones que tengan para señalar y poner encima de la mesa las contradicciones que tienen tanto CIU como ERC.